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El circo de la palabra
lunes, 13 de junio de 2016
ESA MALA FLOR LLAMADA POESÍA
viernes, 4 de diciembre de 2015
Oscar Acosta, el último bibliófilo de un país sin libros
Ludwing Varela
Sí, bien sabemos
que Oscar Acosta fue un hombre que se dedicó de lleno a la literatura; poeta,
cuentista y ensayista. Que ganó varios premios nacionales e internacionales y que fue jurado
de muchos otros de gran importancia. También sabemos que fue fundador de una de
las editoriales más importantes de los sesentas y que junto a Pompeyo del Valle
y Roberto Sosa recopiló algunas valiosas antologías de poesía y una de cuentos,
que marcaron una línea entre un modernismo y pos modernismo a una tardía
vanguardia. Fue también un recopilador de obras completas de grandes autores hondureños
que hoy estarían en el olvido si no fuera por su buen ojo y sus gigantescas ganas
de pelear contra el olvido. Que fue diplomático, director de la academia de la
lengua etc. Todo eso se conoce de él y se ha dicho en varias conferencias,
homenajes, y en pequeños artículos redundantes como los que podrán encontrar en
este libro. Pero había una pasión más en la vida de Oscar Acosta, una pasión
que lo hizo tener una de las bibliotecas más impresionantes de Honduras y
podría decirse de Centroamérica. El libro, para Acosta, no solo eran líneas que
desarrollaban ideas bajo la forma de párrafos o versos. El libro para él, tenía
un valor agregado, y era la forma material, el objeto en sí mismo. Un día le pregunté que sentía al tener una
primera edición en las manos – Cuando uno se enamora y toma por vez primera
entre sus manos las manos de la que uno ama –Me respondió. Y esa experiencia se
repetía constantemente cuando tenía entre sus manos primeras ediciones de
Neruda, Vallejo, Huidobro, Mistral, Darío, Alfonso Reyes, Lorca o ediciones antiguas del Quijote, de la
Divina Comedia o de la Ilíada. Oscar Acosta no escatimaba en gastos para darse
esos placeres, y podría pensarse que en todo esto hay de parte del bibliófilo
una gran vanidad, pero Acosta era de los que no decía mucho sobre sus libros,
claro que a sus amigos personales les comentaba sus hallazgos, la alegría que
se comparte sabe mejor, o se multiplica, pero no era su intención la de
mostrarle al vulgo su magnífica colección, y menos en un país donde ya de por
si el libro es un objeto encaminado al olvido. Oscar Acosta tenía por costumbre
comprar dos ejemplares de los libros que más le importaban –Hombre prevenido
vale por dos -Decía. Por eso mencionaba
antes que él no escatimaba en pagar por sus libros y era porque conocía el
valor de los mismos. Así que en la soledad
de su biblioteca, cuando él tenía al silencio como único amigo, se enternecía
al tener otra vez entre sus manos, los libros con los que sentía ese mágico
roce que solo se siente cuando estamos llenos de una emoción parecida al amor,
pero ¿Por qué no amar a los libros si dicen que son los mejores amigos del
hombre? No dudaría en decir que Oscar Acosta es el último bibliófilo sincero en
el país. Quedamos algunos que también apreciamos los libros, que también
guardamos con celo algunas raras o primeras ediciones, pero la vanidad es la
que nos mueve a llenarnos de libros que
ni siquiera leemos, ya que hasta tenemos miedo de abrir sus páginas para que estos no se maltraten, nos
mueve la material vanidad de mostrarle a muchos ciegos lo poco que tenemos. Hay
que aprender mucho del poeta y como él, embriagarnos de ese amor puro y sincero
que se tiene cuando en la soledad tenemos entre nuestras manos la mano de la
que amamos, o también, cómo no, los libros que tanto amamos.
Este artículo debía aparecer en el libro recientemente publicado y titulado "Oscar Acosta: Lucidez Creativa" pero mi responsable irresponsabilidad hizo que en vez de eso usted lo leyera aquí.
miércoles, 23 de septiembre de 2015
EL MAYOR ASESINO DEL MUNDO
Carlitos miraba con un fervor
casi religioso la televisión. Perdido frente a ese mundo absurdo e irreal, fue
cuando su vida cambió para siempre. Miraba un programa, de esos que nos hacen
ver que la vida debe ser algo frío y egoísta y escuchó a la voz del
comentarista decir; “Nacemos, crecemos, morimos. Así fue, es y será. Y pelear
en contra de eso, es oponerse a la dictadura de la naturaleza. Por eso los
leones matan a sus presas para sobrevivir, en fin, muchos mueren, para que
otros vivan. Los débiles mueren para que los fuertes vivan”.
Carlitos nunca olvidó esas frías palabras,
quedaron tatuadas en su pequeña alma. Salió de su casa y al
jugar en el
patio observó a
muchas hormigas que entraban y salían de su cocina con
algunas migajas de pan, y él lo miró como desde ese día miraría las cosas.
Sintió que lo estaban asaltando, que le robaban el sustento diario y repitió
como hipnotizado lo que había escuchado “Muchos mueren, para que otros vivan.”
Entonces agarró un bote con gas, tiró el
líquido sobre las hormigas y les prendió fuego. Se sintió tan bien, tan
ayudante de la naturaleza, que pensó que era de los que nacieron para mantener
el equilibrio global.
Iba creciendo y tras de sí dejaba una gran
sombra de muerte. Comenzó a matar todo tipo de animales; que mataba pájaros por
agujerear los árboles, que perros por comer gatos, que gatos por comer ratones
y así iba exterminando todo tipo de criatura que nada más seguía sus instintos.
Para Carlitos asesinar se había vuelto algo
muy normal, y no estaba tranquilo si no le ayudaba a la madre naturaleza a
mantener el equilibrio. Ya se creía imprescindible para el mundo. Había matado
más insectos que la cantidad de personas que habían muerto en los campos de
concentración. En sus cuentas se contaban; 69 perros, 42 gatos, 87 ratones, 56
pájaros. Y al mirar su lista, pensaba que si no hubiera trabajado, el mundo
sería un caos.
Hace no muchos días, al salir de la escuela
un carro lo arroyó y Carlitos murió al instante. Me dolió mucho ver como
enterraban a mi pequeño hermano, pero a la vez me tranquiliza que haya muerto
de tan solo 10 años, porque estoy seguro que de un momento a otro, en un día no
muy lejano, se daría cuenta que yo también afectaba el equilibrio y entonces me
habría asesinado.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
7 VIDAS (A Picasso)
Estaba
cansado de tener que enterrar a los gatos de mi chica. Uno a uno morían ya sea
envenenados o golpeados. Luego que muriera Dartañan, hace casi dos años, le
siguieron una lista de nombres que aruñan el recuerdo de mi querida. Y me
tocaba cargar con ellos, cargar con una
pala y buscar un terreno libre y suave en donde pudiera enterrar a los felinos
que ronroneaban en el hogar. Estaba cansado, porque cuando llegué a esta casa
eran 16 gatos, y eso equivale a verla
llorar 16 veces, y a mí me pesaba más su llanto que la perra muerte mordiendo
la vida de todos esos gatos. Así que hace un mes conseguí una hermosa 38 cañón
corto, en realidad esperaba descubrir al cabronazo que envenenaba a nuestros
gatos, y cobrarle todo el llanto de mi chica y el sudor que me costó cargar con
los animales, las herramientas y hacer los profundos hoyos dónde enterré sus
rígidos cuerpos. El último de ellos se llamaba Picasso, un pequeño gato negro
que últimamente buscaba su comida fuera del hogar. A lo mejor se cansó de la
comodidad de estos muebles y de que siempre le sirvieran las cosas en la boca.
A lo mejor se enamoró de alguna de esas gatas astutas que rondan los techos de
los vecinos y por eso jugaba cada vez menos con mi pequeño hijo, quien nombraba
a Picasso con un “mamá” que nos hacía reír, ya que a su madre no la nombraba
con el mismo sustantivo. Ayer me dio por
quedarme escondido, mientras
fumaba un cigarrillo sobre un árbol cerca de la casa, ya eran pasadas
las 12 de la noche y no había nadie en las calles. A lo lejos vi venir a un
chico con aspecto de patinador, al acercarse lo escuché como blasfemando contra
no sé quién. El pequeño Picasso salió en
ese momento y comenzó a maullar como llamando la atención de la gata por la
cual se ausentaba más y más de casa, pero de pronto el maullido fue apagado por un golpe seco que le
propinó el chico blasfemo. Me tiré del árbol sin decir nada, el chico se
impresionó al ver que no estaba solo y que yo era testigo de lo que había
sucedido. Me acerqué a Picasso, lo levanté y comenzó a convulsionar, a
estirarse violentamente en pausas de unos 10 segundos y a abrir toda su boca
como tratando de aspirar todo el aire que encarcelaba la atmosfera. El chico
estaba tras de mí como si nada. Lo miré como a alguien querido que partió hace ya mucho tiempo y que ahora
regresaba para calmar mis ansias de esperar tanto y tanto. Saqué mi revolver y
le apunte a las piernas.
-Hace
mucho que te estaba esperando –Le dije.
-¿A
mí? ¿Hablas en serio? Ni siquiera me conoces.
-Te
conozco desde que venías unos 100 pasos atrás y eso es suficiente para
encariñarme de alguien o suficiente para odiarlo. La cagada es que para tu mala
suerte te tocó mi segunda opción. No intentes moverte cabrón, si lo haces te
disparo. El chico no se tomó mis palabras nada enserio. Seguramente venía de
fumarse un porro y pensó que si jalaba el gatillo, de mi pistola saldría una
banderita en la que estaría escrito “Peace & love” y entonces sonriendo
pasó a mi lado como quien no mira a nadie. Eso era lo que en realidad estaba
esperando, que el muy hijo de puta me retara de cualquier forma, así que apunté
al pie con el que había pateado a mi gato y le dejé ir el primer balazo. Estoy
seguro que se escuchó más el grito que el disparo, pero me acerqué a él
rápidamente y le puse mi mano desocupada sobre su boca amenazándole que si
gritaba una vez más acompañaría en ese mismo instante al desafortunado de
Picasso. Hizo caso como si lo hubieran educado para ser el chico más obediente
del planeta. Le dije que recogiera el cuerpo del gato, lo hizo arrastrando su
pie ensangrentado, y lo hice que me siguiera hasta el parqueo de mi casa.
Por eso del amor a los gatos yo había comprado
un traje de un gato, le dije al chico
que se lo pusiera. Se tardó más de lo normal porque al quitarse su zapato
deportivo, miró el agujero en su pie derecho y la sangre que salía como
liberándose de esa mala carne que la contenía. Lo hice entrar en la casa,
levanté a mi hijo para que mirara a su nueva mascota. –Tenes que maullar hijo
de puta, si no lo haces bien te voy a sacar de aquí y te voy a descargar esta
mierda. No intentes ninguna pendejada o te jodo hijo de puta. El tipo comenzó a
maullar entre sollozos, mi hijo lo miraba absorto, fijamente, como cuando se ve
algo por vez primera. El tipo maullaba y maullaba pero ninguna sonrisa, ningún
“mamá” adornaba la boca de mi pequeño. Hasta que de pronto el dolor hizo que el
tipo se moviera un poco bruscamente, así que el pequeño comenzó a llorar, y en
realidad no sé si lo hacía por la ridícula forma en que trataba de engañarlo o
porque en realidad sentía la ausencia de su primera mascota. Eso me encabronó y
entonces saqué al chico de la casa, le dije que tomará las herramientas, que
tomara el cuerpo del gato y que me siguiera hasta el cementerio de mascotas que
él mismo, sin imaginarse, me había ayudado a construir. El lugar no quedaba
largo de casa, en realidad uno se podía tardar en llegar unos 5 minutos, pero
esta vez tardé 20 minutos porque el chico arrastraba el pie herido y se quejaba
del peso de las herramientas. Llegamos al lugar, él temblaba dentro de ese
traje, parecía que los mismos pelos del traje estaban erizados, el miedo y la
sangre se podían oler en el ambiente. –Dejáme ir por favor – Me dijo con la voz
quebrada de miedo. Le hice señas para que comenzara a cavar el hoyo para
enterrar a Picasso. El tipo se esforzaba desmedidamente, quiso quitarse el
traje para poder agarrar mejor la barra y la pala pero no se lo permití. Me
imagino que el trabajo, el miedo y el calor por esta metido dentro del traje,
lo hacían sudar por las 15 veces que el hijo de puta me había hecho sudar a mí
al enterrar a esos indefensos animales. Pasaba el tiempo y miraba que la fuerza
se le escapaba al tipo por el pequeño agujero que tenía en su pie. Se tiró al
suelo y lloró como un gato en celo. Lloraba, porque cuando me decía si era
suficiente el hoyo para el gatito, yo le repetía que no y le apuntaba con una
mirada intimidante. Luego de un par de horas, el hoyo era tan grande que en él
cabía un gato de gran tamaño. Miré a la figura frente a mí, peluda y maloliente
ya que se había cagado del miedo. Sin duda ya no era un hombre, y si un día lo
fue, esa noche había dejado de serlo. Lo miré fijamente mientras el tipo se
quejaba como maullando y le dije -Hoy es tu día de suerte hijo de puta ¡Sos un
suertudo de mierda!- Y le descargué los otros 5 tiros, cayó al hoyo que había
cavado y me fui con las satisfacción que el tipo no volvería a hacer lo mismo.
Si no tuvieran 7 vidas los gatos, les
aseguro que nunca le hubiera disparado 6 veces ¡Pero qué suerte la del hijo de
puta ese! ¡Qué suerte que me faltara una bala!
martes, 14 de octubre de 2014
Adelanto de una Premonición
Aquí les dejo una pequeña muestra de mi premonición. Sientense, lean, y....
"La Historia lo registra desde sus mismos orígenes. Las civilizaciones
más antiguas guardan memoria de su paso por el mundo y de su propia extinción
en palabras, imágenes, en ruinas. Allí palpita aún lo vivo y lo muerto de cada
una de aquéllas. Los trágicos griegos fueron aún más allá: reivindicar la muerte a costa del destino
humano, a sobreponerla sobre todas las cosas, aún a sabiendas de que todo
castigo no es más que una negación de la libertad, bien supremo que ni los
dioses mismos han podido abolir.
Fabricio Estrada
.
HOY ME ES DIFÍCIL SER BUENO
Valga este
despropósito existencialista para entrar en la materia, no por extraña menos conocida, de
este libro de Ludwing Varela, “Premonición del extinguido”, una especie de encantamiento
verbal por lo luctuoso y lo sórdido que
nos deparan la vida y la muerte, así estrábicamente vistas juntas, complementariamente cómplices.
Llama la atención el desparpajo inocente e irredento
por igual, con que este joven poeta “juega” a su “estar” en este mundo, vivo y
muerto lo mismo da. Lo importante es su declaratoria vivencial, casi profética,
ese afán hedonista por lucir sus mejores galas “del primer caído”.
“Necesito morir de a ratos”, confiesa el poeta. Si
uno no conociera a Ludwing -un joven poeta con una larga vida y obra por
delante- podría caer en la trampa y creer que nos habla un personaje de la
estirpe de Job, curtido de culpas y arrepentimientos. “Nunca ha sido fácil
morirse uno”, murmura por ahí, entre versos más bien flamantemente vívidos y
frescos. Pero más de alguno caerá en la trampa, y quien caiga encontrará allá
en el fondo, entre el trasfondo de la vida, al propio Ludwing… muerto de risa".
Rigoberto Paredes
"Premonición
del Extinguido, es el vuelo al ritmo de un parpadeo, sujeto a la velocidad de
un segundo, donde las señales están dibujadas sobre un cuerpo de paredes
transparentes, añorando llenar los vacíos de los lugares concebidos, palabras
que se recogen con olor a despedida de quien se sabe el que desaparece, porque
este lugar degolla nuestras imágenes para no saber donde terminan los días. Una
despedida que vendrá en una mañana, despertada por una canción ¿Quién sabe si
es triste o alegre? nos invadirá una sensación a nuestro cuerpo, importa el
ritmo, la transición a desengañarnos, porque las palabras abundan y es
necesario encontrar donde colgar las últimas, antes de que el tiempo nos deje
caer con su peso."
Pedro Chavajay G
"...poesía buena, conciente, de alto contenido estético, una poesía que se escucha lírica en su forma pero que en el fondo esconde una navaja posmoderna con ciertos óxidos para los gustos refinados del canon".
"...poesía buena, conciente, de alto contenido estético, una poesía que se escucha lírica en su forma pero que en el fondo esconde una navaja posmoderna con ciertos óxidos para los gustos refinados del canon".
Fabricio Estrada
Moriremos de dolor una mañana alegre
Moriremos de dolor una mañana alegre
La sangre será libre de la cárcel de
esta carne
Y nacerá un río rojo
Un río donde los peces se
multiplicarán en el comunismo de mis venas.
Moriremos plácidamente
En la hora que el beso que se estampa
en la palabra
Deje de ser indició de una amarga
despedida
De un adiós definitivo con tintes de
esperanza.
Moriremos de dolor
Y los pájaros cantarán
Pensando en los gusanos que se
alimentaran de nosotros.
Moriremos una o mil veces
De eso no hay duda
En una fría mañana alegre
Como la que aun no he tenido
Y que se dibuja en el precipicio de
mi mano.
Espejos opacos
Todos
los espejos están opacos
Y
mi imagen engañosa
Nunca
había sido tan acertada.
Todos
mis espejos están opacos
Y
puedo ver en ellos
Mi
futuro de rama rota
Mi
amanecer de soles negros.
Hay
días como este
Que
deberían hacerse añicos
Dejarlos
uno morir
Sin
darles el auxilio necesario.
Todos
mis espejos están opacos
Y
mi imagen engañosa
Nunca
había sido tan acertada.
Peregrinación
Vení,
Lamentémonos
pues caen las horas
Y
los ojos del mundo
Son
ciegos a nuestros pasos.
-¿Y dónde van los que se han perdido a
plena luz del día?
Dame
la mano
Seguí
mis pasos que se agitan entre los abismos
Seguí
la voz de temblor que me arropa
Y
no cerrés los ojos
Que
caerás en la amargura del paso que viene
Y
no podrás guiarte por el canto del pájaro
Que
se aleja para siempre.
Hay
una luz que parece abrirnos el camino a la locura
Procura
no separarte de ella
Que
es la única agua que nace en el pozo de nuestras manos
-Entonces, ¿dónde vamos con estos pasos que se
quiebran de cansancio?
Vamos
al fin último del camino
Vamos
a nosotros mismos.
Nunca ha sido fácil
Nunca
ha sido fácil morirse uno
Así
como romper un vaso de cristal
Así
como quebrarle la rama a un pájaro.
-Es sencillo; solo cierra los ojos y ábrelos nunca.
Es sencillo, sí
Como absorber el fracaso en nuestras manos-
Nunca
ha sido fácil
Es
mentira
Uno
lleva el deseo en el pecho
Y
el corazón palpita de burlas hacia uno mismo.
A
veces es mejor tirar las cosas
Y
dejar que el tiempo las selle y las abone
Y
que de ellas nazca un hermoso nido de gusanos.
-Es tan fácil como parpadear.
Cierra los ojos, ábrelos nunca-
Nunca
ha sido fácil morirse uno
Cuando
en realidad estamos muertos.
HOY ME ES DIFÍCIL SER BUENO
Hoy
me es difícil ser bueno
Levantarme
repentinamente
Y
saludar con la mano llena de pasados sangrientos.
Buenos días rosa matutina
¿Por cuál pétalo deseas que comience a torturarte?
Tengo
sed de abismos
Una
insolencia por arrancarme las palabras tersas
Y
una bandeja llena de futuros fracasos.
Hoy
es difícil arrancarme el pasado
Fingir
que las palabras no dictaron mi camino sin polvo
Y
fingir, sí, como lo hacen los que sonríen sin perder la máscara.
Déjenme
tranquilo
que
soy un volcán de nido de pájaros
Y
estoy vomitando mis alturas.
Déjenme
tranquilo, sí,
para
que no tenga que saludarlos con mi mano ensangrentada
Con
mi sonrisa que trata con los muertos.
NO BUSCO
No busco mi nombre para encontrarme
solo el sitio de las trampas
por donde va trazado mi camino.
Veo en las calles mis pasos
abandonados
escucho al polvo la insinuación de
mi futuro más cercano.
Puedo ver con estos ojos de ciego
los soles negros que calientan la
sangre
que derramaré para pintar mis ocasos.
Me es difícil este andar
estas calles no son más que
laberintos
donde perecemos
donde el hilo está cortado
desde el nacimiento de nuestros
gritos.
Y uno queriendo escapar
pero la gravedad está dispuesta
a cortar nuestros sueños de pájaro
a cortar el vuelo que se emprende en
los cielos de la memoria.
Y no queda más que proseguir
y cargar sobre nuestra espalda
al tiempo como a un muerto
que al final nos enterrará
con nuestras propias manos.
Regalo de consuelo
Me
han ofrecido la muerte
Como
se ofrece un colorido ramo de flores
Me
la ofrecieron fresca
Y
llena de vida como rosa matutina.
-Señor ¿tiene usted eternos floreros negros?
Porque hoy me han ofrecido la muerte
Como se ofrece un
ramo de flores
Y no tengo un florero para guardarla.
Me
han ofrecido la muerte como un ramo de flores
Y
solo tengo la tierra de mi cuerpo para abonarla.
Del libro Premonición del Extinguido. Editorial del Gabo. 2014.
jueves, 1 de mayo de 2014
EL PESO DE LAS PALABRAS
He descansado.
Descansar es lo que él hombre hace la mitad de su vida. Hay que dormir ocho
horas al día para que tengamos un buen funcionamiento. Los niños doce o catorce
horas. Ya después de la adolescencia se rebajan las horas del sueño para
aplicarlas a las horas del trabajo. T-r-a-b-a-j-o. Palabra difícil.
Pronunciarla cansa. T-r-a-b-a-j-o. Necesito descansar, hay quienes creen que
hablar no cuesta. Que decir “árbol” no lleva trabajo. Están equivocados, esa
palabra debe regarse, si no nunca llegaría a ser escuchada. “Libro” palabra
difícil. Lleva una L de letras, una I de ideas, una B de bardo, una R de ritmo,
una O de ortografía. ¡Vaya cosas!, si combinamos entonces lo que conlleva esa
palabra llegamos a “Poema” y ahí la cosa se vuelve más compleja. Dije compleja,
otra palabra pesada. Debo descansar, hablar cansa. Las palabras son las piedras
que hunden a nuestro yo en el mar de los pensamientos. La palabra labra, eso
dijo el eco; me suena a David Aguilar, lo refiere en una de sus canciones. Pero
él lo dice de diferente manera, nunca me ha gustado eso del plagio. Él dice
así: “Nunca tu palabra labra, a mi sentimiento, miento” Y yo digo: “La palabra
labra, eso dice el eco” No hay que ser tan inteligente para saber la diferencia;
él dice que la palabra no labra y yo digo que sí. Pero leo bien y al final él
dice: “miento” Eso significa que para él la palabra sí labra, igual que para
mí. Ya decía yo, no hay nada nuevo. Ya decía.
Escucho pasos, se
escuchan con mucha fuerza. Parece que es mi padre quien se acerca, sólo sus
pasos sonarían tanto. Es él, viene cerca, este momento no debería existir. A lo
mejor me corre de nuevo. A lo mejor viene a abrir la puerta y a decirme que me
vaya. Me gustaría quedarme bajo esta sábana, no salir nunca, morir de sed y de
hambre en este mueble. Pero morir cómodo.
–Levantáte. Es tarde.
Estas no son horas de…
Siempre lo mismo. Día y
noche. Tirando palabras como arena a la playa. Insignificantes. ¿Qué fuerza
torcerá sus ilógicos decires? ¿Qué dios se apiadará para que sus insípidas
palabras no lleguen a mi oído que odia sus palabras? Si fuera agua, caería
sobre su techo como una tormenta implacable. Lo ahogaría. Es buen nadador, pero
llovería tanto sobre él, que el diluvio antiguo quedaría en el olvido.
–¿No me escuchás? Te
estoy diciendo que te levantés.
Me quito la sabana poco
a poco. Lo veo y su figura es la misma. Siempre imponente. Siempre con la
insolencia y la arrogancia en cada gesto.
–Me acosté tarde. Es
por eso que todavía dormía.
–Pues si pensás seguir
aquí, olvídate de levantarte a estas horas. Andá a bañarte. Hacé algo por vos.
Buscá trabajo, comprá tus cosas. Por lo menos ahora no tenés la excusa que leer
es más importante.
Lo detesté con la
fuerza de Gargantúa, con la determinación de Ulises, con el odio de Nietzsche,
con la frialdad de Cioran. Pero no podía dejar que lo delataran mis ojos. Tenía
que poner en práctica el arte de la hipocresía. El arte más detestable de la
humanidad. El arte de los débiles y traicioneros. Antes les decía a mis amigos
–La hipocresía es el último de los vicios humanos que éste debe dominar. La
hipocresía se alimenta de la mentira, la mentira oscurece el alma, y los que mienten
como medio para cualquier fin, con el tiempo regresan más y más a su naturaleza
animal. Si la humanidad entera se contagiara con ese vicio, vivir sería el
castigo más grande y la muerte sería la única salvación de la especie. Pero la
hipocresía se anidaba en mi cabeza de a poquitos, sin darme cuenta, como los
años que al final no sabemos cómo se acumularon en nuestro viejo y cansado
cuerpo.
–Hoy mismo buscaré un
trabajo.
–Eso es lo que quiero
escuchar. Esas son las palabras que siempre deberían salir de vos.
Dije T-r-a-b-a-j-o. Me
siento más y más cansado. Si vuelvo a repetir esa palabra caeré desmayado y sin
fuerza alguna.
-Sí padre. No se
preocupe.
Me miró con agrado. Tal
vez pensó que este era el comienzo para que me encaminara a una vida normal.
Porque para él eso de andar leyendo de un lado a otro, cargando libros de aquí
para allá y de allá para acá, es un cuadro que debería permanecer en los
manicomios. Las personas normales tienen que trabajar de vendedores, de
doctores, de abogados, de ingenieros, de cualquier otra cosa que los aleje de
los sucios y polvorientos libros. “La mucha lectura mata” Decía en voz alta.
Pero sabía que ya estaba muerto. Que las letras no podían hundirme más en mi
oscuro mar de lodo.
Ese día le hablé a un
amigo. Tenía un taxi. Y eso de ir de un lado a otro de la ciudad, platicando
con personas distintas, era algo que verdaderamente me llamaba la atención. Me
dio el trabajo. Pase a ser parte del rubro de los taxistas, del equipo de
trabajo más insultado por la sociedad, bueno, apartando a los policías, porque
una cosa es ser el rubro más insultado y otras el más insultado y odiado. Cosas
distintas, muy distintas. Pero no podía echarme para atrás a pesar de cualquier
situación en contra. La pesada palabra tenía que llegar a mí, así como la
muerte le llega a todos los vivos. Ahora tenía un trabajo. Ahora dejaba de ser un
parásito de la sociedad. ¡Qué paradoja!, porque esta sociedad es el parásito más
grande, y las letras o cualquier arte, es la forma más eficiente de no dejar
que nos absorba. Pero lo que yo pensaba no tenía peso en este círculo. En fin.
Ahora sí era parte del parásito que chupaba la vida del país. Por fin había
encontrado trabajo. ¡Oh!, esa palabra, repetí esa palabra de nuevo. Ya no tengo
fuerzas para seguir.
De Autobiografía de un Hombre sin Importancia
martes, 22 de abril de 2014
LA PREMIACIÓN
Young
¡Hoy es tu día muchacho! ¡Hoy es tu día! -Le
repetía don Juan a su querido Ariel. Ariel sentía como la sangre le corría
velozmente, como si quisiera inundarlo.
Se alegraba profundamente al sentir las palmadas de ánimo que le daba
don Juan y más le animaba que este le mirara con la esperanza incrustada entre
sus ojos.
Al llegar la tarde, Ariel fue llevado por
don Juan al lugar donde se marcaría su destino. Miraba asombrado el alboroto
que había a su alrededor, tantas personas reunidas para mirarlo, en lo que
según decía don Juan, sería “su gran día”.
El lugar estaba lleno y las personas
bailaban, tomaban, comían, se insultaban y hasta se abrazaban amenamente,
parecía una feria en su día póstumo.
Al terminar la tarde llegó el momento del
joven Ariel, de eso no había duda. Le dieron dos navajas para la pelea, fue
cuando comprendió que las cosas eran serias, así como suelen decir algunos “de
vida o muerte”. Pero no sentía miedo, la confianza que le había irradiado don
Juan era su pan de cada día.
Todo fue rápido, una cortada por parte de
Ariel, otra por parte del contrincante, luego las heridas superficiales,
después el agotamiento y de pronto la estocada final… Ariel quedó tendido en el
suelo, con sus ojos mirando el infinito de ese lugar.
Don Juan permaneció con su rostro estático,
levantó al gallo, para luego ir a enterrarlo junto con sus esperanzas.
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